Deje las cajitas de remedios caer, deje contar los pliegues de mi frente, deje ver los detalles inhospitos de un espejo que miente. Y aún así no se la razón por la cual sigo esperando.
Dejé pasar tiempo, renuncié a victorias pequeñas pero bien atribuidas a mi voluntad, dejé de pensar en los cactus plantados en mi jardín que alguna tarde recogí de la calle lastimando las yemas de mis dedos. Y aún así sigo dejando tantas cosas.
Después repunto mi capacidad, se que va llegar, confío en mi ser futuro, a veces mas que mi ser presente, lo que puede llegar a hacerme concluir que mi ser futuro es más fuerte, pero oye, no existe aquí.
Intento encontrar en el perro, un abrazo apacible, un cariño encontrado y escondido de la magia en que creí siempre, lo encuentro, pero no me lo dice el animal. No me convenzo.
Y cierro los ojos, canto a mil brisas, cuento puntos blancos, y le dan forma en mis neuronas. Toca con mi lengua la nariz y descubro la materia oscura, veo en los pastos verdes pastos verdes, veo en el cielo cielo, veo en las nubes nubes, veo en la luna que parecía apoyarse en el horizonte de la ruta, y que luego parece haber crecido y madurado para achicarse y hacerse aún mas simple. Corro por mis venas, callo mis deseos, cierro las piernas y veo.
El agua de microondas distinta al agua de hornalla, como una frazada en invierno, que en verano se pierde en el placard. Coso mis párpados con piel, cierro mi boca y me tiro a dormir.
Despierto y comienzo a vivir, otra vez.
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