viernes, 10 de enero de 2014

El hombre de barro

Se miró las manos que dirigidas al cielo contrastaban chorreando en barro, asi avistó un halo en diagonal que penetraba la tierra y sintió que respiraba llenando su pecho de aire tibio, tuvo que ver en las vetas de sus costillas, en su abdomen que se hinchaba y en sus piernas para corroborarse alli. Llego a sus pies pomposos y en un vaivén enterró su conciencia, dando vuelta su mente como un imán, huyendo a los aires de un  ser que en palabras no se puede ver.
Mechon patagonico y largo en constantes suspiros fueron su resguardo.
Sin saberlo sigue existiendo, por su historia, por su canto, quizás tambien por su destino terrenal. Se puede ver en sus desorientados ojos opacos amarillos como se queman sus recuerdos.
Sus piernas, brazos y torso cubiertos en tierra fresca. Las uñas en sus dedos llenas de polvo, de ceniza.
Cada mañana después del incendio acostado sobre la caliza fresca de la luna un poso sin fondo apareció al horizonte en sus pestañas, del vientre nacía toda esa sed. Busco una explicación, trazó líneas en mapas inconclusos, pestañeaba el control de los días, seguía a las hojas caer de un queñoa cercano al Bio Bio (no se movía mucho de allí) caer en danzas circulares, y pretendía comprender eso también.
El soplido de las llamas, los gritos de guerra se habían grabado, los escuchaba casi todo el tiempo.
Ultrajado eternamente. Pasaba los días entrecerrando sus ojos para no darle razones al sol, permanecía intacto esperando desvanecer, pero eso no sucedió. Su cuerpodesnudo estaba a tono pero su espiritu deshilachado, era dos direcciones contrapuestas, era una contradicción latente.
Una noche fría durmió y soñó a una mujer blanca que lo miraba, solo lo miraba, y llovieron serpientes que tomaron sus piernas y brazos y lo inmovilizaron, la mujer lo beso en la frente y despertó, transpirado y jadeante. Así comenzó su odisea carnal, ni bien sus ojos poseados vieron esa celestial performance dejaron de entreabrirse para saltar bruscamente de su cuerpo, y la sensación en sus pies dejaron de mantenerlo quieto para empezar a moverse. Si hubiese podido describir la actitud de su corazón frente a semejante espectro tendría en sus manos el origen del mundo. Pero no, era una fuerza que corría por sus venas y cada noche volvió a suceder.
En su vigilia comenzó a seguirla, a contar sus pasos, a verla de más y más cerca.
Él a unos pocos metros. Ella dada vuelta parada sobre sus pies con sus mechones amoldando su figura y esa línea exótica en la espalda que pretendía la perfección y lo era, el brillo de los músculos en sus piernas, el contexto de sus hombros como reteniendo algo enternecedor e inocente pero puramente bello. A pesar de ello había algo raro en sus finas manos, eran ampollas sangrantes. Se armó de valor y se ubicó en su sombra, ella lo pudo percibir y comenzó a voltear y lo encontró hecho un charco de barro, lo analizó, lo piso en la cara y siguió su camino.
Esos cristales eran la perdición, al verlos entendió que si seguía haciéndolo iba a permanecer en una vigía constante en eternidad, un viaje de ida entrelazándose a lo mas profundo de la serenidad de un camino capaz de llegar a la mismísima luz, un campo blanco de sal en el cual se absorbían las malas energías y se purificaban las almas. Allí se sintió por un instante este hombre de la tierra.
Así, en sus días no soñados busco la mimesis de aquella mujer, madre, hermana. Ya todo su pasado era polvo y nada mas que polvo, sus deseos era reconstruirse, revalorarse, renacer.
Pero en sus días de sueño estaba mas y mas cerca de aquella mujer que nuevamente soñó, esta ves aparecio de espaldas, y repentinamente giró su cabeza con las pupilas ahogadas, abrio su boca queriendo gritar, su cara estaba deformada ampollas en sus mejillas, y sus dientes tenidos de sangre negra, el hombre reacciono con un salto horrorizado y al despertar se hecho en la hierba boca abajo atragantándose en dolor, en ese mismo instante un velo de luz lo estremeció atravesando su cráneo. Las imágenes descendían, estaba la mujer golpeando su reflejo en las aguas del río, la misma mujer que vio en las puertas de Así comprendió el cometido, y casi flotando levantó su humedecido y deformado cuerpo y se largo en una carrera en busca de una sola y única fuente de calor, que aunque no tenga ojos y manos, ni pies, ni olfato, iba a terminar encontrando. El viento lo golpeaba en la cara, cipreses lo acompañaban en punta ancha, con erudición por una respuesta inmediata  y anduvo mas veloz que nunca.
Finalmente la vio desvanecida en el mismo lugar donde se encontraba antes, cerca del río que por suerte no la había alcanzado en su crecida. Ella repleta de manchas azules. La alzo en brazos, y miro al cielo que se cerraba en eléctricas nubes de tormenta, se puso mejilla con mejilla como el armado de un rompecabezas y murmuró “ámate como yo debí amarme, para amarte y que me ames”, una paloma blanca voló recto al cielo y el diluvio comenzaba a gritar tan fuerte que los brazos del hombre comenzaron a diluirse con el agua perdiendo rigidez y causando la caída de la mujer, cubriéndola en lodo. Las manchas comenzaban a desaparecer, en ese instante en un acto impulsivo se arrojó sobre ella esfumándose en un charco inmenso, y por consiguiente un rayo golpeó sobre ellos.
Cuando la tormenta paró, y el sol tímidamente se hacia ver, del charco brotó un tallo, convirtiéndose sagazmente en un árbol de cercis, y como chasquidos crecieron capullos y hojas color pasión. En lo más alto de la corola del árbol se abrió una flor como la entrada de un viento polar al sitio mas cálido de la Tierra, y salió una mariposa encontrando al fin el acierto en sus alas.

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